Los jurisconsultos pretenden el primer lugar entre los doctos, y no hay quien esté más satisfecho de sí como ellos. Como nuevos Sísifos, ruedan su piedra sin descanso, amontonando leyes sobre leyes, glosas sobre glosas y opiniones sobre opiniones acerca de toda clase de asuntos. Procuran que parezca su ciencia la más difícil de todas, pues creen que un asunto tiene más mérito cuanto más intrincado es.
Se parecen a los dialécticos y los sofistas, que son más ruidosos que los calderos de Dodona y puede cualquiera de ellos hacer callar a veinte comadres escogidas. Podría perdonárseles su charlatanería si no fuesen tan pendencieros, hasta el punto de que por una insignificancia se enredan en una trifulca, y mientras están ocupados en ella, la verdad se les escapa. Sin embargo, su amor propio los hace dichosos; armados de dos o tres silogismos se lanzan a descomunales batallas y es tanta su terquedad que siempre se salen con la suya, pues son capaces de vencer al mismo Esténtor. •
Erasmo de Rotterdam (1469-1536)
Elogio de la locura
· Imagen: Homenaje a Sor Juana (2000), © por Arturo Rivera (aparece aquí por cortesía del autor).
· Rotterdam, Erasmo de. Elogio de la locura. Editores mexicanos unidos, SA. México, 2002.
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