Luis Mountbatten es sin lugar a dudas uno de los personajes clave de la Inglaterra del siglo XX. Aristócrata, marino de profesión, lucha en las dos Guerras Mundiales jugando papeles de importancia fundamental, que rivalizan con sus hazañas diplomáticas.
Murió asesinado por el Ejército Revolucionario Irlandés (IRA) en un acto terrorista: en agosto de 1979, cerca de la bahía de Donegal, Irlanda del Norte, se produjo una explosión en su yate, que más bien era una lancha grande. La investigación forense determinó que, muy probablemente, el nieto de Lord Mountbatten abrió una caja de herramientas con un garlito y con ello detonó la bomba, ya que sólo se encontró la mitad de ese cadáver. También se encontró la mitad del cadáver de Mountbatten, y el cadáver de otro joven, que se presume murió ahogado, ya que no presentaba lesiones. Otras personas que viajaban en el bote fallecieron después en el hospital.
La investigación policiaca condujo a la detención de dos sospechosos: a uno de ellos se le encontró arena de la playa de Donegal en el calzado, así como restos de pintura que coincidían con las de la embarcación, y por ello fue condenado a prisión de por vida. Al otro sospechoso no se le pudo comprobar nada, por lo que fue puesto en libertad pese a la animadversión de la opinión pública: en esto la justicia británica resultó ejemplar.
Una vez concluidas oficialmente las hostilidades con el IRA (1998), el asesino de Mountbatten fue liberado con otros reos de la corona inglesa, algunos de los cuales eran criminales confesos... de lo que podría llamarse, con cierta benevolencia, actos de guerra, que debían, evidentemente, ser perdonados en aras de la paz.
Puede resultar difícil establecer una comparación entre una historia como la de la muerte de Mountbatten y los hechos criminales de la matanza de Acteal en Chiapas, México, en diciembre de 1997, a pesar de las jugosas implicaciones políticas en ambos casos, ya que los contextos históricos son disímiles. Lo sucedido en Acteal, por otra parte, no se ha esclarecido del todo y se explora de manera especial la posibilidad de un crimen de Estado, por lo que resulta complicado aun el simple hecho de armarse un parecer, debido a la falta de datos precisos. Llama la atención, sin embargo, la liberación de reos en ambos casos luego de un cierto número (reducido del original, por cierto) de años de prisión, por obra y gracia de instancias superiores gubernamentales, a través de los tribunales supremos.
El derecho a la guerra, tanto en el caso de los pueblos como en el de los Estados, es por supuesto indiscutible. Lo que valdría la pena reflexionar es qué tanto la guerra debe llevarse al terreno jurídico, y cómo se ha de luchar en él, y cómo hacer para que la guerra no se vuelva anti-jurídica.
En el caso de México llama poderosamente la atención el papel inusitado que jugó (si, esa es la palabra) en la liberación de los reos la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que al parecer empieza a mostrarse menos tímida y menos sorprendida de sus propias facultades, aunque también hay que dejar un espacio para sospechar de maniobras políticas y su finalidad; la primera pregunta que surge es si realmente hubo que esperar al cambio de partido en el poder y, en todo caso, porqué. También cabría preguntarse —un poco ingenuamente, como las demás preguntas aquí formuladas— si la SCJN intenta sacudirse un poco de la vergüenza que le han dejado casos como el de la periodista Lidia Cacho y el asquerosísimo «gober precioso», o si eso es un mero efecto colateral deseable. Lo inusitado, y ciertamente benéfico, es que el sistema judicial mexicano se cuestiona severamente a sí mismo y con ello sus fundamentos políticos; no se piense, ni por un momento, que es la primera vez que una averiguación previa estúpidamente mal integrada redunda en un proceso indebido que afecta la impartición de justicia.
Uno no puede dejar de pensar mal y preguntarse, por ejemplo, lo que pasaría si algún personaje de gran relevancia pública falleciera de un modo similar al de Mountbatten en México, o, peor aun, lo que realmente sucedió con las muertes de personajes conocidos. ¿Se fabricarían culpables? ¿Se inventarían confesiones? ¿Cuáles y de qué sustancia serían las consecuencias sociales, políticas y humanas?, pero, sobre todo, ¿Cómo se integrarían las averiguaciones previas? ¿Habría que liberar a criminales confesos junto con reos inocentes por faltas al debido proceso? ¿Valdría la pena perdonar a un culpable antes que condenar a un inocente, como hiceron los ingleses? Y junto a estas preguntas, que seguro le comerían el seso a más de uno, podría planterse una más, que a pesar del sarcasmo puede ser de suma relevancia: ¿Qué sucedería si las policías de México pudieran programar a un paladín de la justicia como el famoso Robocop? •
1 comentario:
Etica y justicia, dos palabras con historia.
Dos latitudes, dos diferentes formas de justicia, pareciera que el hilo conductor ni siquiera es el hecho criminal.Quizá sea el sentimiento, la noción ética dentro de nosotros , la que une ambas soluciones históricas.
Muy interesante y casi visionario en estos tiempos de el documental "presunto culpable".
Saludos de tu alumno.
José luis Peña.
artestlahuac@ymail.com
Publicar un comentario