jueves, 10 de septiembre de 2009

La Verdadera Importancia del Derecho Romano

Miguel angel Gutiérrez
magjuridico@gmail.com
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¿Vale la pena estudiar el Derecho Romano? Si, porque se trata de un arma. Quienes nunca la han aplicado es por estulticia.

Diversas ciencias han argumentado vastamente (y también bastamente, a veces) sobre la importancia del conocimiento. El conocimiento más útil suele ser aquel más práctico, si bien la realización práctica suele ser mucho más noble y valiosa que cualquier precedente contemplación o ciencia. Por ello resta simplemente agregar que también la aplicación misma del conocimiento, paradójicamente, suele ser un conocimiento en sí mismo.

Es difícil considerar las aplicaciones de algo cuando no se conoce bien, y esto es tan cierto en las ciencias sociales como en las exactas. El comentario viene a colación por lo mucho que suelen denostar al Derecho Romano gran número de estudiantes y aun abogados, aunque se entiende por lo mal que muchos juristas han tratado a la materia (seguramente sin intención) y porque sin una buena memoria o una capacidad de razonamiento más o menos refinada su estudio se vuelve complicado. La obra más conocida de Eugène Petit, por ejemplo, si bien es excelsa, resulta a veces demasiado prolija, al igual que la multitud de malas copias llenas de latinajos que generó, porque suelen perder de vista el hilo conductor o estructural del asunto. También vale señalar que muchas cosas que se imparten en las escuelas como Derecho Romano en realidad no lo son, sino que se trata de constructos posteriores, como el derecho de propiedad. Sin embargo, para partir del aspecto más sencillo, el Derecho Romano es la base del Derecho Civil, que, dicho sea de paso, es donde suele haber mayores oportunidades de desarrollo para un abogado.

El primer gran punto a favor del estudio del Derecho Romano, aunque pueda parecer un lugar común, es la definición de figuras jurídicas (como persona, familia, potestad, tutela, ciudadanía, jurisprudencia, propiedad, sucesión, obligación, contratos, delitos, procedimientos, constituciones, justicia, &c), que pueden comprenderse en esencia, aunque de mayor importancia es todavía el espíritu con el que se hicieron: el práctico.

La Justicia para el Derecho Romano, por ejemplo, sí es en principio una virtud suprema, aunque constituye más bien la conformidad de un acto con el derecho positivo, no con un ideal abstracto. De hecho, en su sentido arcaico, la raíz Ius significa ligar o subordinar.

La idea de la separación del ideal y su realización se manifiesta igualmente en cuestiones como la de la Sapientia y la Prudentia, donde una es la suprema virtud, y otra es la separación de lo bueno y lo malo a través de la ley. La diferencia entre equidad y justicia se resuelve por su parte como «igual protección de intereses» versus «correspondencia con la dinámica o la idiosincrasia social». De ahí que la idea de Ulpiano de que la Jurisprudencia «es el conocimiento de las cosas divinas y humanas» no es una balandronada, sino que refiere, en una forma intencionalmente oscura, la necesidad de conocer tanto la idea motora como su implementación. Por ello el romano es más un derecho de fórmulas que sustantivo, preocupado por mantener el «orden natural» de las cosas. Aquí cabe citar como ejemplo que los romanos crearon la figura del Pretor, un funcionario encargado de acomodar la ley (Ius) a las exigencias de la vida real, y que podría considerarse el prototipo de instituciones como el Ministerio Público.

Otra de las aportaciones geniales de los romanos fue la separación del Derecho de la moral, la religión y lo metafísico, aunque no deja de reconocer sus respectivos lugares, precisamente porque los conceptos referidos suelen ser disímiles, subjetivos, innecesariamente complejos y tienden a inducir al error. Es preferible el uso de la lógica y la deducción a la mera creencia.

Además de las aplicaciones, el Derecho Romano constituye un modelo por sus leyes y códigos. Esto debería resultar de particular importancia en ambientes legislativos tan complicados como el actual (lleno de funcionarios imbéciles), en el que a menudo leyes o reformas que pretenden hacerse pasar como revolucionarias o novedosas son simples refritos de ideas que se aplicaron anteriormente, por ignorancia de la técnica legislativa («quien no conoce la historia está condenado a repetirla…»), de donde se deduce también la importancia que adquiere la materia que nos ocupa en el adiestramiento del abogado y del legislador.

La tradición jurídica, que inicia en forma plena con el Derecho Romano, es otro legado valioso, ya que proporciona bases para el desarrollo de una vida social armónica junto con seguridad para los individuos. La fuerza de Roma se basaba realmente en su forma de gobernar, que tenía como pilar al Derecho.

Por último, aunque no finalmente, resultan de suma utilidad las Reglas del Derecho (que no deben confundirse con los Principios), que siguen vigentes en su mayoría. Un abogado astuto podrá sacar enorme provecho de ellas si aprende a aplicarlas en la práctica.

Un ejemplo se ilustra con la Técnica de hacerse el tonto para que te digan qué hacer. Cuando uno se enfrenta a instancias particularmente conflictivas, como los Servicios de Salud, Hacienda o el Ministerio Público, es común extraviarse en un laberinto de disposiciones y encontrarse con la intransigencia de un funcionario menor de la dependencia. Entonces se aplica la regla de Dime los hechos que yo (como funcionario) te daré el Derecho que nos heredaron los romanos. Es una forma fácil y efectiva de verter la responsabilidad sobre el oponente, con la ventaja de que de no contestar éste a una petición formulada correctamente incurrirá en delito, generalmente abuso de autoridad o incumplimiento de obligaciones. En otra faceta de la misma cuestión, el abogado sabe que el Ministerio Público hará todo lo posible por desanimar cualquier denuncia, y que una de sus armas principales es la especificidad del tipo penal. A menudo negarán que el hecho ilícito denunciado encaje en él… y si esto ocurre entonces conviene aplicar la técnica ya descrita. Eso ahorrará muchos dolores de cabeza y esfuerzo innecesario.

El Derecho Romano deja también espacio para aplicar delicias técnicas como Es lícito repeler a la violencia con violencia, No todo lo que es legal es bueno, No hay pena si no hay ley, Nadie está obligado a lo imposible, &c, cuya bondad es como la del instrumento cortante que pueden usar de manera distinta un cocinero, un médico o un asesino.

Así pues, dejemos la cuestión en el principio: ¿Vale la pena estudiar el Derecho Romano?



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