sábado, 16 de mayo de 2009

La Verdadera Lectura Jurídica

Miguel Angel Gutiérrez
magjuridico@gmail.com
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Aunque puede parecer un lugar común, la lectura debería gozar de un lugar de privilegio entre los medios de comunicación debido a que hace posible asimilar información al ritmo propio del lector, razonar el mensaje y adquirirlo e interpretarlo de manera personal. Los medios de comunicación masiva tienen la desventaja de que suelen presentar información digerida, de contenido limitado e hiper-simplificado, matizada por el interés comercial y por tanto relativamente ajeno al gusto, interés y necesidades individuales. La lectura permite transmitir información a una velocidad comparativamente mayor, y en mayor cantidad y variedad: fomenta el desarrollo de distintas habilidades del lenguaje, así como capacidades cerebrales, aprendizaje auto-didacta, conceptualización, &c, si se realiza adecuadamente (es decir, enfocándose a la comprensión y a la comprehensión de las diversas facetas del tema).

Para un individuo de cierta estatura intelectual cualquier cosa que se diga en pro de las letras es, al mismo tiempo, redundante e insuficiente. Está de sobra también decir que un abogado debe poseer una refinada capacidad de lectura, y por supuesto de uso de la misma, aun cuando se pretenda, como es el caso frecuentemente al menos desde los tiempos de Erasmo de Rotterdam, el simple establecimiento de una verdad relativa y escurridiza.

La «lectura jurídica» es una forma especializada de lectura de comprensión (metódica, conceptual, basada en esquemas cognoscitivos, tipo estudio) cuya finalidad es la resolución de un problema jurídico. De aquí que el tema de la capacidad de lectura deberá resultar aun de mayor interés para los estudiosos del Derecho, sobre todo si se considera la complejidad de un momento histórico como el actual.

Si bien a primera vista las ciencias jurídicas parecen tener límites cercanos y relativamente definidos, en realidad sus aplicaciones pueden llegar a ser tan variadas como las actividades derivadas de la psique humana. Esa misma diversidad hace que aquellos conceptos vitales para la sociedad tales como el orden, la equidad y el respeto lleguen a adquirir complejidades tremendas, a veces con formas insospechadas. Pero ahí donde se extiende la actividad humana, ahí debe extenderse el Derecho: y en tanto exista esa certeza, definitivamente pueden esperarse cosas buenas del porvenir.

Umberto Eco, en su novela Il nome della rosa pone en boca de uno de sus más brillantes personajes la idea de que lo que dicen los libros no debe creerse, sino analizarse: ¿Por qué un autor dice lo que dice? ¿Cuál es la experiencia originaria? Debe leerse sin fe, pero considerando que lo posible sea, y con caridad hacia el que creyó esas cosas. No hay que contentarse con las ideas —que son signos o signos de signos—, sino con la verdad singular y original de las cosas, de aquellas que generan toda la cascada de ideas. Para decirlo escuetamente, lo esencial no es aprender a leer libros, sino desarrollar una capacidad de lectura a toda prueba. Este espíritu rector es de suma utilidad en tiempos como los de ahora, que también están plagados de obras mal escritas, voces y libros vacíos.

La lectura de la realidad —sea esta lo que fuere—, o la «capacidad para determinar las ideas originarias» no solo puede y debe aplicarse ante los escritos; puede y conviene aplicarse ante la televisión, la radio, o ante cualquiera producción cultural, ya que todas ellas son legibles: uno puede leer o rastrear cualquiera cosa siempre y cuando la entienda. Si entre los aspectos básicos de un ser humano realizado se encuentra la adquisición de conocimiento, es evidente que dicha capacidad de aprender es consustancial al hombre y no exterior a él. Dicho de otra manera, las mejores capacidades humanas surgirán cuando se desarrolle la capacidad de desentrañar el conocimiento, independientemente de su origen.

En su sentido original, la palabra idiota (del latín idiota, y del griego idiótis) se refiere a una persona que se desentiende de los demás, y en esa misma acepción la emplearon sabios como San Agustín de Hipona o genios como Dostoievski o Salvador Dalí. La etimología viene al caso porque la época contemporánea presenta como nunca antes en la historia la posibilidad de leer, aprender y cultivarse de múltiples formas. La red, la radio y la televisión pueden ser herramientas poderosísimas si se les emplea adecuadamente. No hay que olvidar que precisamente Tomás Edison soñaba con una televisión educativa que desarrollara al máximo el potencial infantil, y que en la red puede encontrarse información sobre casi cualquier tema si se le sabe buscar.

El principal argumento esgrimido en contra de los medios masivos de comunicación es la idiotez de su contenido —sea en el sentido arcaico o en el actual—, aunque en justicia hay que decir que existen también muchos libros de pésima calidad, como los oficiales de texto gratuito, o, en el ambiente jurídico, los que suelen escribir politiquillos pretenciosos. La razón por la que en proporción existen menos libros idiotas es muy simple: en general es más laborioso hacer un libro y requiere una infraestructura más difícil de utilizar y de adquirir. Por ello mismo también está sujeto a un escrutinio más estricto.

Producir una imagen de buena calidad, un buen video, un buen sitio de red o un buen programa de audio es extremadamente difícil, y requiere de una educación esmerada. El manejo de los aparatos para elaborarlas, sin embargo, se ha simplificado enormemente a lo largo de los últimos años, al punto que cualquier idiota —sea en el sentido arcaico o en el actual— con suficiente dinero (e incluso sin él) puede tener acceso a la producción de materiales cuya relativa facilidad de producción no implica necesariamente calidad. La esencia del problema de los medios actuales de comunicación o de producción cultural no radica en ellos mismos, sino en el uso que se da de ellos: un cocinero o un cirujano pueden hacer buen uso del mismo cuchillo que podría ocupar un delincuente.

La naturaleza humana otorga equitativamente el derecho a la idiotez, por supuesto, pero nunca como antes ha sido cierto el principio rector de «conocer la verdad para ser libres», y la Verdad puede ser encontrada en muchos lugares... si se le sabe leer. De ahí que la afirmación de que la bondad de un aprendizaje sano y correcto sólo se encuentra en libros es en el fondo arrogante e idiota, en el sentido de estar desentendida de los maravillosos recursos culturales que aportan los nuevos avances de la técnica. Aunque aun hoy los libros siguen como la manera más eficiente, barata, bella y fácil de transmitir conocimiento, además de la menos riesgosa para la integridad intelectual, habrá que considerar seriamente que «aquel que tenga ojos para leer, que lea». También es cierto que el contenido de los medios masivos es deficiente en su mayoría, y que las honrosísimas excepciones están al alcance de pocas personas. También es cierto que la mayor parte de la información que se encuentra en la red es de mala calidad (véase el ejemplo de una tarea escolar tomada de un sitio para estudiantes: suele ser más fácil reelaborarla que corregirla), y, sin embargo, saberla leer y saberla usar a pesar de los defectos que presenta es algo que sin lugar a dudas amplifica nuestras fuerzas.

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Las conclusiones a las que se puede llegar son sumamente interesantes. En primer lugar, que la realidad, al ser poliédrica, puede —y de hecho tiene que— leerse de muchas maneras.

En segundo lugar, que cada medio de transmisión cultural tiene características únicas y probablemente intransferibles: si bien los libros son excelentes para desarrollar la imaginación y fomentar la reflexión también es cierto que hay cosas que los libros no pueden hacer, como transmitir la hermosa voz de una mujer en forma audible, o hacer perceptible, de hecho, la picardía de un guiño. Si la vida presenta opciones, a veces pueden tomarse todas. Lo más recomendable sería mantener un sano equilibrio recurriendo a cada tipo de lectura en forma pragmática, sin cerrarse a ninguno de los otros tipos, buscando siempre adecuación.

Un tercer aspecto a reflexionar es el hecho de que la imagen suele darse por entendida, como si el mundo fuera simplemente así originario de las imágenes. Eso es absolutamente falso: las imágenes son superficies significativas, que son compuestas con una intención y dentro de un contexto, con una «idea originaria». La importancia de las imágenes es tal, que si bien la escritura (con imágenes) marcó el fin de la prehistoria y el inicio de la historia, la fotografía marca el inicio de la post-historia. La imagen, por tanto, con frecuencia es algo subexplotado o mal empleado, simplemente porque está por encima de la capacidad de lectura de la mayoría de las personas. ¿Cómo ha influido, por ejemplo, el uso de una imagen en un proceso jurídico? ¿Qué impacto social han tenido los programas televisivos con temas de criminalística en la administración de justicia?

Otro buen tema de reflexión surge al recordar que algunas de las religiones más importantes —estadísticamente hablando— han prohibido el uso de imágenes e ídolos (del griego eidolon, que también significa imagen) y en cambio fomentaron la textolatría. Históricamente, los textos llegaron a tales niveles de complejidad que eventualmente se hizo necesario el uso de imágenes para acceder a ellos... proceso que, por cierto, parece estar invirtiéndose.

Para ser un buen abogado es imprescindible ser primero un gran lector, aunque no sólo de textos, sino de realidades jurídicamente aprensibles. Es importante conocer los métodos, las formas usuales y direcciones de razonamiento, aunque también lo es la conciencia de que en ciertos momentos los métodos, la formación, los conocimientos y aun las creencias, por su propia naturaleza, son limitados.

Finalmente, cabe señalar que la mente humana puede alcanzar niveles insospechados de abstracción y/o grados de razonamiento de complejidad ilimitada. Podríamos tomar como ejemplo la obra Ein Musikalischer Spaß, («Una broma musical») en Fa Mayor, K 522, de Mozart. El humor es en sí mismo un profundo misterio; sin embargo, para comprender esa obra y ser capaz luego de experimentarla humorísticamente, se requiere un nivel altísimo de conocimiento musical y, aun más, de experiencia en el ámbito. Quizá por ejemplos asombrosos como ese el brujo don Juan Matus, en un libro de Castaneda, expresa que «...aprender por medio de las palabras (...) es (...) no sólo un desperdicio sino una estupidez, porque el aprender es la tarea más difícil que un hombre podría echarse encima». ·



Artículo dedicado a su motivadora, la licenciada y profesora Mónica Aceves Lara.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sobre lo de las "realidades jurídicamente aprensibles", me parece que el operativo "escuela segura" en que se revisan las mochilas de los niños, es violatorio de las garantías individuales, con todo y patria potestad. Las televisoras mexicanas hacen creer a la gente que se puede prevenir un delito cometiendo otro delito más grave.

Anónimo dijo...

El escándalo de la hija de la actriz mexicana Edith González y el senador Santiago Creel en realidad fue una venganza por lo de sus líos con Televisa, lo de los cassinos y no votar por la "ley televisa". Estoy de acuerdo contigo:lo real no siempre es lo obvio y hay que leerlo, porque atrás de la ley se mueven muchos intereses.